Me voy a la cama con la imagen de quién lo ha perdido todo dando vueltas en mi cabeza. Con la imagen de quién ha comprendido que lo pequeño, lo insignificante, lo mínimo, lo es a veces todo. La imagen de esa mujer que llora entre destrozada e inmensamente feliz porque los bomberos han conseguido recuperar de entre los escombros a los que en un nefasto segundo ha quedado reducida su vida, un anillo, su anillo.

Y vuelvo a pensar en muchas cosas. Sigo haciendo listas mentales de qué sería lo que me llevaría conmigo si algún día tuviera que abandonar mi casa, mi todo, antes de que las llamas me devoraran a mí también y estúpidamente creo que lo tengo todo controlado. Mi lista está perfectamente ordenada, todo a mano y listo para ser recogido y llevado en ese segundo que lo cambiaría todo.

Y entonces, la veo a ella. La veo llorar agradecida por ese diminuto e insignificante testigo de su otra vida recuperado y me doy cuenta de que a mi lista le sobran cosas y le falta cordura. Le sobran fingidas necesidades y le falta pensar en el pánico y la fragilidad del instante en que se descubre que ya no tienes nada.

La caja de cerillas, ésa en la que la abuela, la única mujer de su vida le había anotado el número de teléfono cuando se conocieron setenta años atrás. Leo estas historias y a veces me parece que antes todo era diferente, como si antes todo fuera más fácil y no hubieran existido problemas, ni distancias, ni tiempos erróneos en los que los trenes pudieran pasar equivocadamente.

¡Me conmueve tanto esta historia! Me parece de una belleza tan enorme el hecho de que dos personas hayan pasado juntas setenta años de sus vidas y ni siquiera la muerte de una de ellas haya logrado separarlas, que me parece hasta un poquito cómico que hoy, con toda la tecnología a nuestro favor (o en contra, habría esto que discutirlo, supongo), con toda la jodida geografía a nuestros pies y sin ese miedo tan terrible que deben dar el hambre o la pobreza extremas, seamos tan incapaces de encontrar o tan siquiera distinguir el amor en nuestras vidas.

Podría ponerme intensa (un poquito más, si) y señalar incluso que ahora, con el viento soplando a favor, estamos tercamente centrados en condenar el amor, porque claro, es muy importante que las cosas se llamen como deben y tengan el nombre correcto; una familia lo es si hay un papi y una mami y no otras «mezclas raras», querer a quién te quiera, cuide y respete está un escalón por debajo en importancia de si esa persona usa el mismo tipo de ropa interior que tú y llamar «matrimonio» a una unión de seres humanos que se aman y están dispuestos a seguir haciéndolo honrando al otro y a sí mismos el resto de sus vidas, es una auténtica aberración…

Leo la preciosa historia de la caja de cerillas y me arde el pecho de ganas de pedirle cobijo a su protagonista, de pedirle que me rescate para siempre y me deje vivir en su mundo bonito de amor libre y corazones plenos.

Maldita ignorancia…

19 de octubre. Otra de esas casualidades juguetonas de la vida y yo aquí, de nuevo, sentada en este sofá de la unidad de Oncología desde el que durante algo más de un año he visto pasar una vida que nunca pensé que fuera a ser la mía.

En este sofá, recuerdo haber sentido el miedo más descarnado que he sentido en mi vida cuando supe, por primera vez, que tenía cáncer de mama. En él recuerdo también haberme sentido enfadada, agotada y ahora, enormemente agradecida.

Desde este sofá, he mirado con curiosidad durante muchos jueves, a las mujeres que llegaban, intentando, torpemente adivinar, cómo iba a ser yo tras unos meses de quimio, cuando me faltara el pelo, me cambiara el color de piel o se me hinchara la cara. Y he podido, también en este sofá, contarle a otr@s que existían pequeñas soluciones para algunas de las consecuencias menores de la quimio.

19 de octubre. Día internacional del cáncer de mama. Nunca olvidaré el viaje que hicimos juntos. Valiente, guerrera… En realidad no había más opciones. No hay más opciones para todas las mujeres que pasamos por esta enfermedad así que lo hacemos como podemos y, con un poco de suerte, la superamos intentando no habernos dejado demasiado en el camino.

Me gustaría decirte que vas a poder con ello, que lo harás y que descubrirás un «yo» diferente, fuerte y resiliente que te va a ayudar a encarar la vida de una manera distinta. Pero me gustaría también contarte, que aunque este viaje lo harás sola, vas a necesitar ayuda, de tus médicos, de los increíbles enfermeros de la UCO, de tu familia y de tus amigos así que agárrate fuerte y escucha a tu cuerpo primero y luego, muy atentamente, a tu cabeza, que también tendrá mucho que decir cuando el dolor físico vaya remitiendo.

19 de octubre. Muchas cosas están cambiando ya, la investigación para estas enfermedades es imparable y de ello nos beneficiamos enfermos que como yo, hemos conseguido pasar por ella y seguir adelante con nuestras vidas. Pero nunca es suficiente. Se necesitan más inversiones en Investigación para seguir avanzando, para hacer de este cáncer algo menor.

Feliz día, supervivientes. Feliz vida nueva.

Mi cerebro hace ya tiempo que bloquea el dolor.

«No lo pienses”, parece decirme, “así no dolerá». Me engaña. Dejo que lo haga.

A veces pienso que se ha vuelto despiadado. Me ataca, parece no entender que solo quiero cuidarlo y que necesito lo mismo de él.

Me lleva de tu mano, me vuelve a colocar en las calles dónde solo sucedían cosas bonitas, esas cosas que ya llevaban mucho tiempo sin suceder, esa felicidad que solo sucede cuando no se sabe quién se es ni a quién se tiene enfrente, aunque eso ya no importe. No importan ni la constante ausencia, ni la mentira, ni la crueldad con la que innecesariamente se ha tensado la cuerda.

Tenerlo todo y dejarlo escapar. Empeñarse en perder. Buscar una victoria imposible. Darle espacio a la duda que acaba siempre encontrando el hueco para hacerse presente a pesar de lo mucho que se intente apartarla.

Las cosas no dejan de haber ocurrido, aunque queramos no verlas.

Quiero recorrer esas calles, volver a esos olores, a esa luz frente al mar, a las risas y a la brisa en mi cara a través de la ventanilla abierta del coche, de verdad que no quiero más nada en esta vida, pero ya no encuentro la excusa para hacerlo, para seguir engañando a este cerebro que lleva ya tanto tiempo sabiendo la verdad.

El bien hace menos ruido. Tal cual. Nada es comparable al estruendo de las bombas sobre hospitales infantiles (¡cuánto valor el de estos ejércitos que bombardean hospitales infantiles!) o al de las ametralladoras imparables. Es un ruido ensordecedor que difícilmente puede pararse y mucho menos ocultarse por el silencio abrumador que produce la bondad humana.

Conocí a Tania hace ya casi 10 años. Llegamos, ambas, a la vida de la otra, de manera casual pero no tardé mucho en darme cuenta de que aquella era una maravillosa casualidad. Descubrí en ella a una mujer alegre y positiva pasara lo que pasara. Era y sigue siendo una de las miradas más puras y transparentes que he conocido. A veces la vida no acompaña, nos lo pone dificil, pero todavía hay quién decide alimentar la siempre posible alternativa positiva y Tania riega de esa bella energía todo lo que la rodea.

Jamás la había visto llorar, hasta ahora. Tania, es ucraniana y acaba de traerse a 14 mujeres salvadas del horror de una guerra que les ha quitado absolutamente todo. Entre ellas hay muchas niñas que han llegado con lo puesto únicamente y que tan solo horas después recibían, de manos de otras muchas madres, esta vez españolas, a las que les había llegado la noticia de boca de sus hijos, cientos de donaciones con las que poder iniciar una nueva vida. Ropa, material escolar, sábanas, toallas… Absolutamente de todo, sin pedir nada, así, en silencio, sin hacer ruido pero alimentando la esperanza que todavía muchos queremos seguir manteniendo.

Estoy orgullosa de ti amiga, de tu corazón y de tu alma.

8 de marzo. Otro más. Otro más pero una vez más diferente.

Hoy he leído que estaría bien que mañana nadie nos tuviera que felicitar como mujeres trabajadoras. Estaría bien que nadie sintiera esa necesidad porque diera igual si eres mujer u hombre en tu oficina, en el currículum que envías cuando buscas trabajo o en la reunión en la que tomas el turno de palabra.

Estaría bien que diera igual nuestra edad, nuestro estado civil o si pensamos o no tener hijos en un futuro cuando lo que hemos venido a hacer a nuestro centro de trabajo es exactamente lo mismo que todos y cada uno de esos «ellos» que nunca han de responder a esas preguntas.

Estaría bien que mañana efectivamente, nadie tuviera que felicitarnos porque todos tuviéramos la empatía suficiente para entendernos y respetarnos como lo que somos, seres humanos.

Pero mañana es un plazo de tiempo demasiado corto para haber cambiado tantas cosas y aunque estamos ya en camino de muchas y muy buenas, mañana nos felicitaremos por ser fuertes, trabajadoras, diligentes, soñadoras, luchadoras y sobre todo, humanas.

Feliz día mujeres bonitas del mundo, sois un orgullo.

Hoy he ido al cine.

He redescubierto el cine por las mañanas; salas casi vacías, entradas más baratas y la sensación de que eres una privilegiada por poder hacer algo que antes no podías.

Me ha parecido curiosa la sala de esta mañana. Ese enorme cartel de Salida justo al lado de la pantalla. Metáforas de la vida diaria, supongo. Leer y también el cine son eso para mí, una salida, un camino sin horarios ni límites de ningún tipo para aparcar por un ratito la realidad que en semanas como esta pesa tanto y descansar en otras pieles, en otros lugares.

Me gusta esta sensación de seguir disfrutando de lo que ya había olvidado cómo disfrutar. No todo ha sido tan horrible, no todo es un camino sin posibilidades.

Bienvenida nueva vida bonita.

2021. Aún no sé si viniste a cambiarme la vida o a quitarme de en medio. Así están las cosas.

Reconozco que tal vez hubiera elegido formas un poco más sutiles para tus enseñanzas, me pillaste desprevenida y estúpidamente convencida de que podía seguir malgastando el tiempo. Y no era así.

Ha sido el año del miedo. Del dolor físico y mental. De la lucha. Del valor. De la decepción y del adiós. Pero también ha sido el año del nuevo presente. De la FAMILIA. De los AMIG@S. De los abrazos llenos de verdad de Yonas. De las primeras veces de Deep diciendo mi nombre. Y de Miguel y Valentina, que tardaron en llegar pero que han puesto en mis manos ese poquito de esperanza que a ratos creí haber perdido para siempre.

Y es que supongo que como con tantas cosas de la vida no hay verdades totales, que como sucede con el amor, el bueno, el de verdad, se hacen necesarios gestos diarios que nos hagan sentir lo increíblemente únicos que somos para el otro.

2021. Aún no sé si … pero te agradezco el viaje, he tomado muchas notas, soy mucho más consciente de mi fragilidad pero también de mi fuerza y espero, de verdad, hacerlo mucho mejor con este delicado regalo que es la vida.

Feliz año nuevo, feliz vida nueva.

19 de octubre.

Me miro en el espejo las cicatrices.

Paradojicamente las que puedo ver no son las que más me duelen, las que hacen que este cáncer todavía me quite la respiración tantas veces.

Jamás pensé que yo sería una de tantas. Una de esas trece de cada cien que en algún momento de su vida se cruza con una enfermedad que te muestra sin remilgos lo extremadamente frágil que eres en realidad.

Y hoy me miro así, desnuda y consciente de todo el camino que me forzaste a transitar y te miro a los ojos y te dedico una sonrisa mezcla de rabia, tristeza y fuerza y te prometo, me prometo, que las lágrimas van a saber cada día más a victoria, a esperanza, a vida.

19 de octubre. Día internacional del cáncer de mama.

No lo sabes y tal vez nunca lo sepas.

Tal vez nunca llegues a saber cuántas veces se espera una llamada o se apacigua al corazón alborotado tras descubrir que esa que suena al otro lado, tampoco es la voz que esperabas.

Probablemente nunca llegues a entender, como yo ya sí lo hago, que querer siempre encuentra la manera de convertirse en poder cuando de verdad se quiere y que el resto no son más que intentos algo rancios de explicar lo que ya tiene nombre desde hace mucho tiempo.

Tal vez, algún día espero entiendas, que quise mostrarte lo poderosas que eran tus manos porque tenías, aún sin saberlo, el mundo entero contenido en ellas.

Ojalá que llegues a sentir mi abrazo fuerte, tan fuerte cómo lo fue entonces y cómo querría seguir siéndolo aunque no hayas sabido perderte entre mis brazos dispuestos siempre a serenarte.

Con fortuna, a lo mejor, podrás, al igual que yo, escuchar la música que nos sigue invitando a bailar.